Ya no te creo, ciudad, el paraíso,
El eterno jardín donde la dicha enciende
Sus fuegos de San Telmo.
Tampoco te concibo como la cuna de las ilusiones,
O el rincón iluminado
Por las luces secretas del deseo.
Caída la venda de los espejismos,
Eres tan sólo ese paisaje sórdido
Donde rufianes y tahúres
Se tasan mutuamente,
Mientras los mismos tiburones
Se mastican sin pausa
Con sus dientes de oro.
La araña teje su tela, indiferente,
Mientras tanto.
Tarde o temprano,
Cualquiera ha de caer.