El se sentaba en una esquina, mirando hacia fuera a través de la pequeña ventana y sin
decir nada.
Sus ojos estaban muertos. Sin vida. Como si hubiese visto el horror demasiadas veces.
—¿Estas bien? —le pregunté.
Él negó con la cabeza.
Quería abrazarle y confortarle, pero no estaba segura de si alguna cosa sobre la tierra podría hacerlo.
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