martes, 12 de julio de 2011

Memento mori...



"Todo dura siempre un poco más de lo que debería."

El anciano mantuvo su mirada clavada en el gotelé del techo de su habitación. Exhausto e incrédulo no era capaz de asumir lo que le estaba ocurriendo. En su mente aún estaba la imagen de cuando era joven e iba a jugar con sus amigos al parque de enfrente al kiosco, o la del día en que conoció a Laura; ella llevaba un vestido azul marino largo y vaporoso que hacía juego con el tono de sus ojos.

Su vida había transcurrido en a penas un parpadeo. El hombre joven y robusto había marchitado en una persona esmirriada y arrugada.

Mañana haría dos años que su Laura falleció por un soplo en el corazón, y el parque en el que jugó de niño se había demolido dando paso a un conjunto de centros comerciales.

¿Tanto tiempo había pasado? ¿Cómo era posible que su vida se le escapara de semejante manera? El anciano trataba de atrapar los segundos de su existencia con avidez, y éstos se escurrían entre sus dedos como si estuvieran repletos de jabón.

Para el anciano, toda su existencia había acontecido en un segundo. Su niñez y juventud en unos instantes se hicieron ceniza; se consumieron inexorablemente. Anhelaba volver atrás y saborearlos, pero sabía que aquel deseo jamás le será concedido.


Y ahora, ¿qué le quedaba por hacer? Nada. No le restaban fuerzas para emprender sus sueños o expectativas. Durante unos instantes se planteó si había cumplido al menos alguno, pero inmediatamente desistió; estaba demasiado cansado para semejantes reflexiones tan complejas.

Sólo le quedaba el descanso. Cerrar los ojos y contabilizar sus instantes restantes de vida.

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