Y así es que casi te olvido, y no te olvido porque quiera sino porque tengo que. ¿Y qué es el olvido sino la muerte? no puede ser la muerte, por mucho es un parche sobre el pasado que ha sido puesto ahí para negar que tiene alguna relación con el presente. Sin embargo la tiene, y hoy que hojeaba mis recuerdos me encontré derrepente con tu piel y tu superficie o mi superficie donde están escritas impregnadas, palpábles y suaves y lijeras como una sábana un montón de presente que ya es pasado y que nunca será futuro.
Y es que el presente sabe a miel, a mango de temporada, a milanesas, huevo, papaya y a comida congelada y si los recuerdos tuvieran sabor este en particular sabría a lo que sabe el chocolate mas amargo y es que tu piel nunca volverá a ser la misma, su metamorfosis consiste en un proceso químico tan profundo que ni el cloro, ni el aguarrás, ni el tiner, ni el alcohol, ni el deseo, ni los ruegos a la Santísima Virgen podrían ayudarme a respirar de nuevo el exquisito olor cálido a tierra roja y a chocolate derretido corriendo por las arterias los cañones y los valles de mi cuerpo.
Tu eco que trasciende los siglos se apaga lentamente, tan lento como se extingue el agua de un estanque y es tu voz nueva que hace más estanques y estanque sobre estanques y eco sobre eco y más eco, ecos que nunca se apagan, estanques que se revuelven y vuelven en mi cabeza a ser mar y no estanque y el coro de ecos que resuena sin sentido y sin dirección y sin razón hacia el borde del mundo, el abismo del infinito donde se colapsa el presente y el presente que ya pasó y que está congelado y frío como la luna es fria, como mis manos son frías y como el rostro que me regalas que usa como máscara el lado oculto de la luna.
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